Porque el día se lo merece, he buscado en el baúl de los recuerdos para traeros un texto de ficción que escribí hace unos años. Espero que lo disfrutéis y que de alguna manera, nos sirva para reflexionar.
¿Dónde está mi príncipe azul?
Recuerdo que de pequeña, me encantaba ver películas de dibujos animados. Me podía tirar horas y horas en frente de la televisión, viendo y reviendo la misma película, creando motitas en mis queridas películas VHS. Eran finales de los ochenta. Yo quería ser dibujanta, dibujanta de películas. Después de los maratones animados, me podía pasar otras más horas dibujando a mis personajes favoritos. Con el tiempo, descubrí que lo que yo quería ser no se llamaba dibujanta, sino ilustradora o animadora, sin duda, palabras con más clase. Pero conforme fui creciendo, la realidad llamó a mi puerta y me tuve que quitar esa idea de la cabeza. En mi adolescencia, me empeñé en que algún provecho tenía que sacar de todas esas horas malgastadas enfrente de la tele. ¡Exacto! Tenía que encontrar a mi príncipe azul, a ese hombre apuesto, caballeroso, con pelo en la cabeza, rico y guapo. Los ojos me brillaban de ilusión y me pasaba las tardes con ensoñaciones de amores imposibles, escuchando música pop, leyendo la Súper Pop y haciendo pop con el chicle. No os aburriré contándoos mis amoríos de joven, pero así, resumiendo, mis primeros diez príncipes más o menos, lo único que de azul tenían era el cielo bajo el que andaban. Y claro, una joven como yo, que había creado inconscientemente grandes ideales desde pequeña, pensaba: ¿será mi problema?, ¿seré yo?. ¿¡Que te he hecho yo Disney para merecer esto!? Y es que claro, pensándolo un poco, así, sin indagar mucho, mientras que los niños quieren ser Reyes y Leones, valientes guerreros y pistoleros bandidos, nosotras nos transformamos en Bellas que esperan que la Bestia se convierta en príncipe; de Cenicientas que esperan que el Príncipe las reconozca entre la muchedumbre, y además con tacones; en Yasmines que lo arriesgan todo por un tirado; en arpías vanidosas que envenenan a Blancanieves y que se lo montan con enanitos porque no hay quien encuentre al príncipe; en Pocahontas que cambian de piel y venden a su grupo para irse con el colono; en Arieles que hacen lo que sea por llamar la atención del príncipe, que es incapaz de acordarse de ella porque cuando la conoció tenía una cola brillante y en Bellas Durmientes, que se auto flagelan con tal de tener un beso del príncipe. Pues sí, me atrevería a decir que un altísimo porcentaje de mujeres cabría en un perfil de estas nuestras queridas Princesas. Y el tiempo pasa y pienso: ¿seré yo?, ¿estaré loca? Y claro, yo que creía haber tenido suficiente en la búsqueda del príncipe ideal de los noventa, ahora, viene la de Cincuenta sombras de Grey, y me dice que el príncipe además de ser rico, guapo y con éxito, tiene que ser sadomasoquista. ¡Qué mal futuro le veo a mis hermanas!